
Nos ha llegado una nueva primavera, ya está aquí otra semana santa y dentro de nada otro mundial. Qué buenas vibraciones tenemos todos los futboleros en esta ocasión y... ¡cómo pasa el tiempo, caramba! ¡cómo pasa el tiempo!. Nos lo van a decir a nosotros, que nos creíamos unos chavales hasta hace poco y ya nos hemos convertido en abuelitos de pro. Pues hablando del tiempo y como transcurre: Si nos preguntaran, cuál es la edad del Universo, ya sabemos lo que tenemos que responder: 13.700 millones de años.
Sin embargo, amigo lector, la cosa no es tan sencilla si volvemos a preguntar qué es lo que había antes, ¡¡sí, antes!!, por ejemplo, un segundo antes, un año antes, o un siglo, o un millón de siglos antes. Tal vez se nos responda que no había nada, pues no había universo, que nuestra pregunta está mal enfocada, pero... ¿cómo lo sabemos? ¿ y si hubiera habido otro Universo hace 50.000 millones de años, por ejemplo, con su correspondiente big-bang, con su correspondiente explosión, expansión e implosión? ... y aunque no hubiere existido, la pregunta podría realizarse perfectamente, porque el Tiempo como concepto es infinito... y siempre habrá "un antes de cualquier cosa" y "un después de cualquier cosa". Pero el Tiempo permite aún mucho más. Todo cuerpo real debe extenderse en cuatro dimensiones. Debe tener Longitud, Anchura, Espesor y... Duración. No existe ningún objeto “instantáneo”. Pero por una flaqueza natural de la carne, todos nos inclinamos a negar este hecho.
El Espacio, tal como lo entienden los matemáticos, ha sido catalogado poseyendo tres dimensiones. Pero algunos espíritus filosóficos se han preguntado por qué exclusivamente “tres dimensiones”... por qué no "una cuarta dimensión". El caso es que, sobre una superficie plana que no tiene más que dos dimensiones, se puede representar la figura de un objeto de tres dimensiones. Así, partiendo de imágenes de tres dimensiones, podríamos representar una de cuatro. Supongamos, ahora, una serie de retratos de la misma persona a los ocho, a los quince, a los diecisiete, a los veintitrés años, y así sucesivamente. Estaríamos representando en tres dimensiones a un ser de cuatro dimensiones; a nosotros mismos, por ejemplo, en el transcurrir del tiempo.
El Tiempo, en sí mismo, es una dimensión conflictiva. No se puede viajar a través de él sin interferir en unos hechos que ya han ocurrido o que se hallan programados. Algunos autores han querido soslayar este problema imaginando a un viajero a través del Tiempo como un mero espectador, separado de la época a la que viaja por una invisible barrera que le imposibilita mezclarse con los acontecimientos ya pasados; y transformarlos, es uno de los mayores alicientes de novelas y películas.
El Tiempo puede ser imprevisible, incierto, desarrollarse simultáneamente con múltiples variaciones, sin una ordenación lineal. Pero aún más, puede ser circular, lineal, serial, discoide, sizigoso, longuípedo o pandiculado... y cada una de estas posibles características ofrece un camino apasionante, con miles de variaciones que explorar. Después de leer esto último, amigo lector, nuestra pregunta del comienzo sobre la edad del Universo nos va a parecer ahora de parvulario.
El Tiempo como concepto es infinito, porque siempre habrá un segundo posterior al momento final, aunque nadie sea testigo de ello. Siempre existirá una posibilidad de que, habiéndose extinguido ya nuestro universo, alguna "otra cosa" pueda surgir en un momento comprendido dentro de la eternidad. Eternidad y Tiempo son conceptos y significados inseparables y ambos se funden en una sucesión de momentos infinitos. Porque al contrario de todo cuanto existe -solo a falta de descubrir un día a Dios -el Tiempo es lo único que nunca tuvo un comienzo y nunca tendrá un final.