Decía Teilhard de Chaldrin que, en la escala de lo cósmico, solo lo fantástico tiene posibilidades de ser verdadero. Y tan proverbial resultó ser su reflexión que son, hoy ya, un buen número de físicos –hemos escrito "físicos", si- los que han incorporado dentro de su vocabulario palabras como "supercuerdas", "agujeros de gusano", "mundos paralelos"... La mecánica cuántica y la relatividad parecen demostrar el fracaso del orden mecanicista y explican que nuestro universo, tan inconmensurable como nos parecía y sin que apenas hayamos comenzado a descubrirlo, sería como una "burbuja" coexistiendo con otros universos.

La sola idea de un "multiverso", incrustado dentro de "once dimensiones", y mostrando unas realidades moldeables y, por supuesto, más complejas de la que perciben nuestros limitados sentidos, nos obliga a desplegar nuestra mente, no digamos nuestra imaginación... La "vida" podría ser "sueño" y los "sueños, "realidad", y todo cuanto nos sucede podría ser oasis ficticios de una conciencia, la nuestra, que está en otro lugar... Y es que algunas cosas no son como nos parecen: Hace mil años creíamos que nuestro universo terminaba en Saturno. En el mundo material las cosas están separadas espacialmente, pero nosotros no lo hemos sabido hasta hace poco porque percibimos su solidez.


Legendaria Avalon, sumergida en brumas y maravillas, isla del reino de las Hadas, del helénico Jardín de las Hespérides, el lugar donde son portadores de eternidad, Arturo, Morgana o Merlín; donde habita escondido de los hombres el Santo Grial... Mítica Avalon, al igual que Shambala o Agarta, lugares mágicos por excelencia, lugares de paso a universos prohibidos . Tal vez, algún día, tus brumas se disipen y podremos acceder a la realidad. ¿Pero qué realidad? No lo sabemos. Quizás no lo sepamos nunca. Hoy, de momento, hay quien piensa, físicos incluidos, que el Universo está empezando a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran máquina.

lunes, 11 de enero de 2010

La princesa del Paraíso y el infierno de Sagan



En estos días navideños me he vuelto a ver, por enésima vez, varios capítulos de la inolvidable serie Cosmos. ¡Qué suerte tuvimos los de mi generación de poder presenciar en su estreno la mejor serie, sin duda, de divulgación científica que ha existido!.

De los trece capítulos de los que consta la serie de Carl Sagan, uno de los que he vuelto a ver es el dedicado al “Lucerito del Alba”. Si, a Venus. Los que lo hayan visto recordarán una imagen terrible -simulada claro está- sobre como veríamos ese mundo si estuviésemos posados en su suelo. Y si pudiésemos obrar el milagro, también, de evitar freírnos en el intento.

De entre todos los astros que brillan en el firmamento, es Venus, después de el Sol y de la Luna, el que resplandece con más intensidad en nuestras noches y, en particular, en los atardeceres y amaneceres terrestres. Tanto es así que, cariñosamente, recibió el bonito apodo de "El Lucero del Alba. Afrodita para los griegos y Venus para los romanos representaba a la diosa del Amor. Y es que, esa luz cautivadora parecía transmitirnos las cosas más bellas que en el Universo puedan existir.

Conforme la Astronomía fue aportándonos datos y más datos, nuestros conocimientos sobre el Sistema Solar fueron ampliándose. Pero el planeta de la hermosa diosa del amor tardó mucho en desvelar sus misterios. La densa capa de nubes que rodea el planeta no permitió al ser humano conocer detalles de este astro hasta épocas relativamente recientes. Venus, entre vanidosa y seductora, entre mujer y diosa, nos privaba de admirar su belleza, a la vez que nos cautivaba ante el embeleso y embrujo de lo inalcanzable y prohibido. Solo nos permitía soñar con lo que se pudiera esconderse tras esa luz tan hermosa.

En mi despacho guardo con cariño cuatro novelas sobre Venus cuyo autor es Edgar Rice Burroughs, una de las mentes mas imaginativas de la fantasía humana. Fue el creador de Tarzán, también de John Carter, héroe en nuestra juventud y protagonista de fascinantes aventuras sobre Marte, el planeta rojo, que Burroughs bautizó en sus novelas con el nombre de Barsoom. Burroughs también fantaseó sobre Venus: el aventurero en este caso era Carson Napier y el mundo donde se desenvolvía, es decir Venus, Amtor para Burroughs, era un mundo repleto de frondosos bosques y que haciendo un servidor tareas de extrapolación puedo imaginármelo muy similar al que nos muestra James Cameron en “Avatar”: Exóticas flores, variopinta vegetación con tonalidades cromáticas de ensueño. Dicho de otro modo: Burroughs nos mostraba a través de Venus, casi, casi, el paraíso. En medio de todo ello, la princesa Duare, larga melena, cabello negro, la princesa del paraíso, del planeta del Amor.


Pero el ser humano no se conforma con soñar, quiere también saber, conocer. Y quiso ver lo que Venus era realmente y al igual que hizo con los demás planetas del Sistema Solar, decidió enviar sondas espaciales que suministrasen información real y fidedigna. Y la ciencia, que no entiende de ensoñaciones -por eso es ciencia y por eso le debemos tanto- nos advirtió de la cruda realidad. Y la Venus celeste no pudo por más tiempo ocultar su misterio. Sucedió como aquella princesa de los cuentos de la que solo descubrimos su verdadero rostro al romper su hechizo mágico. Pues bien, el planeta dedicado a la diosa griega nacida de la espuma del mar desveló sus secretos y su rostro. Y desde aquel día Venus ha sido algo distinto para todos los que habíamos fijado nuestra ingenua mirada en ella. Porque esto es lo que descubrimos.

"Venus es un mundo aterrador. Posee una atmósfera 22 veces más densa que la terrestre y compuesta de solo un 4% de oxígeno, 1,6 de vapor de agua y el resto probablemente de anhídrido carbónico. La temperatura en su superficie es de 480: C., o sea dos veces mayor que la parte más caliente de un horno de cocina normal. Grandes áreas del planeta deben de estar literalmente al rojo vivo. Esta temperatura tan elevada es debido al conocido "efecto invernadero", es decir que el calor entra en el planeta, pero debido a su densa atmósfera, no puede salir de allí. Una atmósfera rica en dióxido de carbono y que es responsable de presiones atmosféricas espantosas en su superficie. Un hombre que estuviera sobre el planeta, suponiendo, repito, que por algún medio pudiera evitar freírse, achicharrarse o asfixiarse, estaría sujeto a la misma fuerte presión que un buceador sin escafandra a la incómoda profundidad de 75 metros bajo el mar. La presión atmosférica es alrededor de 100 veces mayor que en la Tierra.

¡Ah!, y desde su superficie nunca puede divisarse una estrella, ya que nuestra vista tan solo alcanzaría unos pocos metros".


¡Ay, que desilusión tan tremenda!. Nuestro "Lucero del Alba" convertido en un mundo tan horripilante. Es como si nos hubiesen arrancado de cuajo aquellas ilusiones infantiles de nuestro corazón. Como si nos hubiesen despertado bruscamente de un bello sueño en el que mirábamos encandilados el cielo con la esperanza de descubrir un mundo mejor que el nuestro. ¡Qué desilusión tan cruel saber, sin margen de error, que nuestro Lucero del Alba es un lugar repleto de gases irrespirables, piedras llameantes, lava y fuego!.

Nosotros que habíamos imaginado a Venus, repleto de hermosos ríos y lagos, frondosos bosques, verdes valles, fantásticos y multicolores jardines salpicados con exóticas y aromáticas flores; un lugar de dulces amaneceres y pintorescos atardeceres. Un paraíso de ensueño donde no debía faltar, en medio de todo ello, una adorable princesa en honor al planeta del amor: la Duare de Burroughs iba como anillo al dedo mientras envidiábamos de su buena suerte a Carson Napier. Pero no, no existe en Venus tal paraíso, ni Duare, ni princesa alguna. Al igual que tuvimos que convencernos que en Marte nunca hallaríamos ni canales, ni hombrecillos verdes, tampoco en Venus contemplaremos jamás un atardecer, ni una flor.

Cuando a Carl Sagan, que fue asesor científico de la NASA durante mucho tiempo y uno de los investigadores que mejor conocía y más datos recogió sobre el planeta Venus, le preguntaron con qué compararía a Venus, no lo dudó ni un segundo: “con el infierno”.

¡Qué cruel fuiste Sagan! ¡El planeta del amor, un infierno!. No podía ser más decepcionante la realidad. Y sin embargo, Sagan no nos engañaba. ¡Dios mío, qué vacíos y muertos se nos presentan esos mundos que vamos descubriendo!. ¡Qué lugares tan desolados donde habíamos depositado toda nuestra fantasía! ¡Qué horror donde habíamos imaginado tanta belleza!.

Y como otras tantas veces, después de ver el capítulo en cuestión, vuelvo a fijarme en nuestro “lucerito del alba”. Una tarde de estas volví a levantar la mirada buscándola. Allí estaba, en este frío enero alicantino que atravesamos. El cielo en esta época del año está más limpio que en otros meses. Es un prematuro atardecer, miro hacia el Este, hacia el mar, hacia el mediterráneo, ahí brilla, sobre el mar.

Ignorante de nuestras dichas y congojas, allí sigue Venus, imperturbable. Lo ha estado así desde Asurbanipal hasta Obama. Distante de nuestros cuatro millones de parados, de las aspiraciones separatistas de Laporta ó de los devaneos amorosos de miss Iris Robinson.

Manuel Capella